El nacimiento de la Cámara de Comercio Industria y Producción de Río Grande es un acontecimiento que demuestra, a las claras, intenciones de progreso. No fue una circunstancia ligada a un segmento, si no la respuesta necesaria y espontánea de los vecinos de este norte fueguino.

El Río Grande, que nace a fines del siglo XIX, lo hace en conjunción con el espacio rural. Era, a la vez, puerto y puerta de la Isla Grande Argentina. Primero llegaron los salesianos a tierras de Onas, luego llegarían los primeros concesionarios con propósitos productivos de ganadería.

Un hecho emblemático, sin lugar a dudas, sucede en el año 1898 cuando llega uno de los primeros pobladores que probaron fortuna en este lugar: Javier Soldani, quien deja su puesto de primer Juez de Paz de San Sebastián -el nombre del departamento con el que se asignaba al incipiente centro portuario- para ser el primer comerciante de Río Grande.

Su boliche, el Cañón, que luego en 1905 dejaría en manos de Francisco Bilbao, da identidad comercial a este sitio fueguino, en el que de ahora en más, y por mucho tiempo, el accionar privado será preponderante por encima de la limitada presencia del Estado Nacional.

Aquí, la conjunción portuaria con la explotación fundiaria, marcaron un destino de progreso. Todo comenzó a prosperar en función de los asentamientos comerciales nacidos en razón de las demandas del viajero.

El Cañón fue Almacén de Ramos Generales, pensión de cama y de mesa, mostrador donde se realizaban los negocios entre los que vivían de los frutos del país y, luego, tomaban formalos acuerdos entre el patrón y el obrero. Y en ese espacio plural, que también servía, en muchos casos, de agencia naval o de precaria oficial de agencia de correo, se fueron encontrando y quedando los primeros riograndenses.

Los antiguos vecinos eran casi todos hombres de comercio: Federico Ibarra que llega de la mano de su cuñado Ramón Sosa, el jefe de Ayudantía Marítima, para situarse con “el Precio Fijo”.

Eduardo Van Aken, un belga que sería estimulado en Ushuaia para ocuparse de sus negocios en las vecindades del puerto atlántico fueguino. Luego, no tardaría en llegar, con su mujer, Miguel SUSIC, que instalaría su negocio en “el Tropezón” con el jefe de policía Alejandro Lías Pol, un español que levanta su casa cerca de la de Bilbao.

La competencia traería, no mucho más tarde, a Jose Raful, en sociedad con Antonio Roque, quien levantaría una suerte de emporio. Al tiempo, este mismo local condicionaría, con la sola presencia de su casa comercial, al centro mismo de la población.

Y llegaría Bilbao, adelantado a su modo y comprometido en su accionar sin partido, que luego se ramificaría en los compromisos de su descendencia.

Un pueblo ¡Río Grande! configurado, modesta, pero orgullosamente por la existencia de tres almacenes y tres hoteles.

Con pocas instituciones públicas, los nombres del comercio serán los que encontramos bregando por la existencia de la primera escuela y formarán también ellos las primeras comisiones de Fomento, ad honorem, y así se irán dando respuestas a las más elementales necesidades de los que comienzan a quedarse en este pueblo.

Y es aquél pequeño comercio riograndense que financia la operatividad comercial de las estancias chicas y limitadas en sus recursos, a los siempre demorados cobros de la venta de la lana o de los corderos, quienes darán pie a la diversificación económica; pues de no ser por ellos, se hubiera signado el destino local a la sola voluntad de los grandes capitales del emprendimiento regional.

A los pocos años, la zona norte de nuestra Isla Grande recibe también la presencia del Estado. El gobierno central comenzó a hacer funcionar a la Tierra del Fuego casi como un ministerio más; colocando, en los resortes de decisión, a una dirigencia administrativa incorporada desde el norte del país y legando la ejecutividad estratégica a la Armada Nacional.

Recién en 1957, la Tierra del Fuego retoma su identidad política administrativa como el último Territorio Nacional, luego de haber formado parte de la Provincia Patagónica. La hora parecía ser la esperada para un cambio y es así que, poco a poco, se fue gestando un nivel autónomo de administración. Tierra del Fuego tendría por primera vez presupuestos propios, la zona franca ofrecería condiciones de mercado diferentes y ya se podía hablar de mejoras en la calidad de vida. El petróleo, descubierto a fines de la década anterior, vendría a cobrar un impulso notable con la incorporación de capitales extranjeros.

Tal vez, lo que quedaba resolver era la participación popular en este nuevo momento económico, aunque los resortes institucionales no eran muy generosos, pues estaban dadas las restricciones de la propia naturaleza del Territorio Nacional en que estaba compelida la Tierra del Fuego.

De allí, que el nacimiento el 9 de noviembre de 1957, de la Cámara de Comercio Industria y Producción de Río Grande aparejó, necesariamente, un espacio de debate: se necesitaba una instancia de compromiso ante las soluciones que, regularmente, venían de afuera. Desde su creación la Cámara fue la institución que traducía la Fuerza Viva de Este Pueblo.

Los niveles de demanda generados desde el llano del comercio, la incursión de sus hombres en los espacios de la administración pública, el seguimiento de los temas preocupantes ligados a situaciones tributarias, a los modelos de desarrollo, al transporte y al bienestar general, son temas claves que pueden ser rastreados en los diferentes planteos, que con el correr de los años, fue tomando la institución.

Nuestra historia tiene muchos actores, muchos nombres que podamos incorporar al memorial de este pueblo, pero hay un eslogan que nos gustaría mantener, un ideal, una imagen de la ciudad que creció porque creció su comercio, el convencimiento y el deseo de seguir siendo para siempre: Río Grande, Capital Económica de Tierra del Fuego.

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